Letras con Vehemencia.

ANÓNIMOS DE LA NOCHE.

Él y ella, los anónimos de la noche. Los protagonistas de la historia. Sin identidad y no porque carezcan de ella, sino porque sencillamente ya no saben quiénes son. Tienen tanto y carecen de todo. Han perdido el sentido de estar allí, han perdido vida y libertad.
Allí estaban otra vez, bajo la noche negra y fría. Sentados en la terraza de la casa de ella; envueltos en pasión y placer como ayer, amándose y pecando al mismo tiempo. Y digo pecando porque los separaba la ley, la conciencia, la moral y el peso de la integridad que exigían sus padres. No debían estar juntos, al menos no ahora.

Ella, lo daba todo por él, lo amaba, tenía conciencia de lo prohibido pero caía envuelta en sus brazos ignorándolo todo, sólo disfrutaba de él mientras podía.
Él, Un poco más racional, se alejaba, se iba, pero era inevitable tenerla cerca y no desearla.
Estaban juntos, ignoraban momentáneamente lo que sus padres pensaran o dijeran al respecto; solo acariciaban sus cuerpos, entrelazaban su alma, se envolvían en un frenesí de amor y simultáneamente se manchaban de sangre, de culpa y remordimiento.
En ocasiones no podían evitarse, concurrían a los mismos lugares, sus padres se lo pedían y no tenían otra opción. Ante la sociedad indiferencia, lejanía, y neutralidad; en la soledad cercanía e intimidad. Permanecer separados era lo mejor, pero ¿ Por qué no lo hacían?

Después de un usual encuentro, se hallaron llenos de vacios e impotencia, cansados de caer, de amarse y de alejarse al mismo tiempo.
Sentados en la terraza, hubo un silencio abrumador, sus pensamientos vagaban como todo lo que eran, tanta apariencia, y en lo profundo se extinguían, se apagaban, morían. Les fue entregado el amor, el encanto de creer, de vivir, de ser libres y de amar; y ahora se encontraban reducidos a una pasión incontrolable, a un encuentro sometido a un erotismo superficial y egoísta.
Él meditaba, como usualmente lo hacía, y después de un largo tiempo y con una voz de esperanza y al mismo tiempo de resignación, dijo:
“Es como si estuviera en lo más alto de un precipicio, quisiera lanzarme y caer. Abajo está el mar. Caer y dejar de pensar, de sentir, de ser. La muerte tiene su atractivo; si después de la muerte no tuviera conciencia de lo que fui, y lo olvidara todo. Moriría.
Si no tuviera que comparecer, si no tuviera conciencia de lo que determiné y lo que no determiné hacer. Moriría. Nadie me refutaría, únicamente los mortales hablarían de mí, pero ya no me importaría lo que ellos dijeran. Quisiera evitar la conciencia señalándome y recordándome que no pude con la vida, que preferí morir. ¿Sabes? No sé qué deparará todo esto; o tal vez si sé cual será nuestro final. Prefiero callar.

Ella lo abrazó tan fuerte y en el silencio dijo: “cuanto te amo, siento lo que sientes, también preferiría morir ante tal impotencia, tanto pecado y tanta opresión. Estaré aquí hasta que mi padre me indique que debo marcharme. Te amo.

Sin más palabras se marcharon. Se distanciaron una noche más, pero con la esperanza de no caer, de volver a intentarlo, y de redimir el pasado.

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